martes, 27 de julio de 2010

Entendí la diferencia entre el juego y el azar

Estoy siguiendo el debate de The Economist sobre la legalización del juego.
Argumentos a favor y en contra coinciden en un punto: la lotería estatal es mala.

Repasemos algunos simples conceptos probabilísticos. La Esperanza Matemática es el resultado que obtendríamos a la larga si realizaramos muchas veces la misma apuesta. Si apostáramos muchas veces seguidas al negro en la ruleta, a la larga perderíamos casi 3 centavos por cada peso jugado. La esperanza de esa apuesta es exactamente -$0,027 (de hecho esa es la esperanza de CUALQUIER apuesta que hagamos en la ruleta, inluso las combinadas).

Veamos ahora qué pasa con la Lotería Nacional. El juego es muy simple. Elegís 1 número entre 100. Si adivinás ganás lo que apostaste por 70. La probabilidad de acertar es 1 en 100. Pero el premio es de 70 a 1. Parecería ser que la suerte no está de nuestro lado...(a menos que nuestro lado sea no el del azar sino el del Zar). Efectivamente la esperanza de la lotería estatal es -$0,3. A la larga perdemos 30 centavos por cada peso jugado.
Claro está que los 3 centavos que perdemos en la ruleta o los 30 de la lotería son a su vez la ganancia de la banca. Entonces, una forma de interpretarlo sería que esos 3 centavos son el precio que pagamos a la banca por jugar, al igual que le pagamos al zapatero por un par de zapatos. Pero ¿cómo explicamos entonces que el precio que cobra la lotería estatal sea 10 veces más alto que el que cobraría un casino normal? Lo que sucede aquí es que el estado se ha concedido a si mismo el poder de un monopolio.

El único motivo por el que el estado puede darse el lujo de cobrar ese precio es porque él mismo ha limitado la competencia en su negocio. ¿A qué zapatero no le gustaría prohibir la creación de más zapaterías? ¿a qué plomero no le gustaría ser el único que arregle cañerías? La realidad es que ninguno de ellos puede darse ese lujo y eso es gracias al mercado. En un mercado libre no existen prerrogativas de sangre ni títulos de nobleza. La única forma en que alguien puede convertirse en el único vendedor es ofreciendo un producto ampliamente superior en precio y calidad al de la competencia. Hasta que eso suceda (y a la larga eso pocas veces sucede) las empresas se esforzarán por superarse unas a las otras y los consumidores saldrán beneficiados de esa competencia. Nada de eso sucede en el mercado de apuestas.
¿Qué sucedería en el mercado de zapatos si existiera una sola zapatería? Probablemente el dueño zapatero cobraría a sus clientes el precio más alto posible siempre y cuando no sea tan alto como para que la gente prefiera andar por la calle descalza. Además la calidad probablemente sería sólo lo suficientemente buena como para justificar el precio que el vendedor quiere poner, en comparación con caminar descalzo. ¿Por qué debería ser distinto el caso de la lotería? De hecho, no lo es. La Lotería Nacional puede cobrar un precio diez veces superior al de un casino simplemente porque ha limitado la competencia. Se ha declarado a si mismo un monopolio. En un libre mercado nadie puede darse estos lujos. Sólo el estado, haciendo uso de su poder de coerción, puede gozar de privilegios cuasi-reales.
Quienes apoyan la prohibición del juego creen que la lotería estatal es un abuso y debería ser eliminada. Los que están a favor creen que la mejor forma de eliminar estos abusos sobre los apostadores es precisamente permitiendo que la competencia baje los precios. Ambos coinciden entonces en que el monopolio creado por el estado sobre la lotería genera un gran costo a la sociedad.

Un último punto. Algunos podrían argumentar que en este caso el monopolio está justificado ya que el dinero recaudado con la lotería es utilizado para fines justos y nobles que persigue el estado. Quizás la lotería es una forma eficiente de redistribuir recursos de ricos a pobres. Pero ¿quiénes son los principales consumidores de este producto? ¿son los ricos, los banqueros, los empresarios? ¿o son las amas de casas, los obreros, los asalariados?
Seamos por un momento optimistas. Supongamos que la lotería es consumida efectivamente por las clases altas y que son ellas las que pagan el precio monopolístico con el fin de financiar las actividades del estado. Olvidémonos de las sospechas que nos genera el destino de estos fondos. Aun en ese caso el estado generaría más beneficios a la sociedad retirándose del mercado en lugar de acaparándolo. Convirtiéndose en el único vendedor de un producto el estado no consigue simplemente reemplazar a las empresas que antes existían. Al convertirse en un monopolio puede darse el lujo de vender a un precio excesivamente alto y de ofrecer una calidad excesivamente baja. Todos estos son enormes costos que la sociedad debe soportar y es probable que los recursos obtenidos a través de la lotería estatal terminen siendo usados para sanear los daños que esta misma ha generado.
Al fin y al cabo, si los monopolios no fueran realmente malos, ¿no querríamos que el estado se convirtiera en el único zapatero del país? ¿o en el único banquero? ¿o en la única empresa de seguridad? ¿o en el único abogado?
Por ahora, aspiremos simplemente a que no sea el único croupier.

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